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Una de las consecuencias de la despoblación que padece el medio rural de Castilla y León es la falta de niños que permita mantener abiertos los colegios, con muchas pequeñas localidades donde llegar al mínimo necesario se antoja complicado. Y eso que la Junta, comprometida con la pervivencia de aulas con un reducido número de alumnos, bajó hace años el listón y apuesta porque sigan operando clases con cuatro, incluso con tres pupilos, cuando la normativa general establece que sean cinco.  

Así, con ese cupo ínfimo que se puede contabilizar con una mano, y sobran dedos, han estado funcionando 31 escuelas en el último curso, el que se clausuró en junio. Pero, de ese listado facilitado por la Consejería de Educación hay un ejemplo que, por el momento, no ha llegado a la cuota exigida y está en peligro de desaparecer cuando arranquen de nuevo las clases tras las vacaciones estivales. Se trata de Urdiales del Páramo, en la provincia de León.

También pendientes de nuevas matrículas que les garanticen su continuidad están Cipérez y Valdelacasa, ambos en la provincia de Salamanca. En esta terna de municipios no han contabilizado durante el periodo de matriculación ordinario las tres inscripciones necesarias para que siga la actividad docente en el curso 2023-2024, así que están a expensas de que en el periodo extraordinario de septiembre se apunten más niños. Si no, los chavales tendrán que desplazarse a otros centros para cursar sus estudios de Infantil y Primaria.

Más allá de los casos concretos de Urdiales, Cipérez y Valdelacasa que están ‘en peligro de extinción’, el resto de los municipios de Castilla y León donde los maestros han impartido las materias para un auditorio reducido de sólo tres o cuatro alumnos parece que están fuera de la zona de riesgo y mantendrán abiertas sus puertas. Así que, de los 31 que conforman las estadísticas, parece que 30 seguirán ‘en pie’, con sus puertas abiertas.

Se trata de ejemplos que pueden estar inmersos en dos casuísticas: bien que continúen en los mismos términos y arranquen el nuevo curso con pocos, pero suficientes niños, o bien que hayan conseguido ocupar más pupitres y, por lo tanto, gocen de más oxígeno de cara a continuar respirando. Sea como fuere, lo cierto es que no forman parte del grupo de pueblos que podrían despedirse del sonido del timbre al empezar o finalizar el horario lectivo, o de la algarabía durante la hora del recreo.

De esas 30 localidades de la Comunidad donde parece que proseguirán las clases, diez han funcionado el último curso con tres niños. Se trata de Cardeñosa y Sanchidrián (Ávila), Vilviestre del Pinar (Burgos), Santibáñez de Porma (León), Calvarrasa de Abajo, San Miguel de Valero e Hinojosa de Duero (Salamanca), Turégano (Segovia) y Muga de Sayago y Guarrate (Zamora).

Mientras, han estado con cuatro alumnos Villarejo del Valle, Nava de Arévalo y Crespos (Ávila), Destriana, Las Ventas de Albares, Quilos, Villanueva de Carrizo, Matachana y Hospital de Órbigo (León), Tariego de Cerrato (Palencia), Puerto de Béjar, Barbadillo, Villaseco de los Gamitos y Calzada de Valdunciel (Salamanca), Ataquines, Mota del Marqués y Quintanilla de Onésimo (Valladolid), y Serracín de Aliste y Villarrín de Campos (Zamora).

Así, las provincias que acumulan un mayor número de aulas rurales con escaso número de alumnado son Salamanca y León, con ocho y siete casos, respectivamente; seguido de Ávila, con cinco; Zamora, con cuatro; Valladolid, con tres; y Burgos, Palencia y Segovia, con uno. El único nombre que no aparece en el listado es Soria.

Eso sí, el departamento que dirige la consejera Rocío Lucas insiste en que puede haber cambios en las semanas que restan hasta que comience el próximo curso, puesto que el periodo de matriculación aún no se ha cerrado, a la espera de la convocatoria extraordinaria de septiembre. De hecho, la treintena de ejemplos citados anteriormente son sólo la base que pone de manifiesto cómo en la Comunidad perviven aulas con un cupo de alumnos que está por debajo del ordinario, porque aquí se rebajaron los mínimos exigidos en aras de luchar contra la despoblación.

Pero cuando arranque el nuevo año escolar habrá que hacer recuento para ver en cuántas localidades de pequeño tamaño continúa la labor lectiva. Quizá sean más de las que aparecen en el listado de referencia. Porque puede haber casos que el curso pasado, si tenían más de cinco niños, no aparecían citados en la estadística y el próximo curso sí lo estén.

Puede que, por ejemplo, tuvieran seis alumnos y dos empiecen el instituto, por lo que se pasarían a engrosar el grupo de los supervivientes. O que se hayan ido del pueblo familias con hijos en edad escolar y se hayan tenido que matricular en otros destinos. Las razones son variadas.

También puede ocurrir lo contrario, es decir, que dejen de formar parte del documento de referencia facilitado por la Consejería de Educación porque hayan llegado a las localidades familias con hijos y a partir del curso escolar 2023-2024 gocen de un número suficiente de chavales como para abandonar el grupo de los que están en riesgo.     

La realidad, en todo caso, evidencia que la Junta está dispuesta a sujetar estos entornos donde los maestros imparten enseñanzas de distintos cursos en un mismo espacio, pues lo habitual es que las edades de los alumnos sean diferentes. También los ayuntamientos tratan de remar contra corriente y luchan porque no se cierren los colegios de sus localidades ya que, como suelen coincidir en destacar los alcaldes, el cierre de un colegio es un varapalo que implica perder un servicio que aporta vida. Saben, además, que una vez que ponen el candado a la escuela, es complicado volver a abrirlo.

Y, en medio de este clima, surgen  también dos corrientes de opinión. La de quienes consideran que un entorno con tan pocos alumnos es beneficioso porque facilita una educación más personalizada, casi como si fueran clases particulares, y la de quienes piensan que los niños estarían mejor en centros más grandes, en los que se puedan relacionar con otros chavales de su edad.